… Por supuesto que tiene que importarme, desde lo público, desde lo artístico y desde lo personal. La situación de las mujeres (de Afganistán y de cualquier país) me interesa desde lo público, es parte de mi naturaleza el perpetuo análisis de la realidad de las mujeres (y aquí como psicóloga establezco un distanciamiento de mí con respecto a las otras mujeres). A estas alturas de la vida, no sé si sea más fácil o más difícil abrirse paso en la vida siendo hombre o mujer, o más distinto; realmente después de ser confidente como terapeuta de personas de todos los géneros y ambos sexos, fui arañando de mi piel y después quitando la etiqueta de feminista, pues pude ver que muy adentro todos tenemos los mismos miedos y los mismos deseos o aspiraciones, me fui convirtiendo en humanista. No soporto mirar a ningún ser humano ser despojado de la capacidad de desarrollar todo su potencial, y su capacidad de ser feliz, sea del género que sea, y en el caso de Afganistán, si el fundamentalismo religioso retoma el poder, el potencial femenino se aniquila o se reduce a nada, siendo que para una total armonía cultural o espiritual nuestro planeta necesita urgentemente de la convivencia entre la fuerza y el cerebralismo masculino con la sensibilidad y la compasión femenina. En el plano artístico, y ya dejando lo externo y yendo hacia lo introspectivo, siempre trato de mirar el papel de la mujer igualmente de manera distanciada. Por ejemplo ahora que estoy escribiendo dos novelas a la vez (y voy muy lenta) los personajes femeninos no deben estar manchados de mi propia idiosincrasia, deben tener sus propios parámetros y hablar por sí mismos. Sería un error para mí dotarles mis vivencias o mis carencias psicológicas, o mis fortalezas. Crear un personaje de novela es precisamente eso: hacerlo nacer, hacerlo vivir, dejarlo hablar, colocarlo en situaciones. Uno no es el titiritero, sino el testigo, y vuelvo a lo mismo: mirar a esas mujeres que mi mente ha creado expresarse y moverse en esa realidad virtual de la imaginación, y que espero publicar más pronto que tarde, implica a veces conmoverse cuando se topan con paredes o techos de cristal, pero también alegrarse cuando consiguen derribar barreras, que sobre todo son mentales. Veo en ellas lo que quizás ya no miro en mí, las mujeres tienen colonizada la mente con la victimización de ser mujeres, es una especie de mantra o de amuleto que impide ver que las limitaciones se las ponen ellas mismas, no los demás, y quien les impide avanzar, o aprender, o florecer son sus propias barreras mentales. Por último, está el ámbito personal, como he dicho antes, el haber sido terapeuta me ha hecho llorar también tomando la mano de muchos hombres, y a veces las mujeres resultan más machistas que ellos, y esa desmitificación íntima de lo que es masculino o femenino me hizo abrazar o tratar de equilibrar ambos aspectos en mi interior, y descubrir que los límites los pone la mente, y se trata de avanzar en lo que uno desea y quiere, lógicamente con respeto, pero hacia adelante sin que nadie te diga qué está bien o qué está mal, porque nadie camina sobre tus zapatos ni nadie está viviendo tu vida por ti (o al menos que no te importe). Defender la libertad no significa agredir, y si alguna vez alguien lo ha sentido así de mi parte, lo sintió mal. No sé si yo, desde mi pequeño ámbito pueda hacer algo definitorio sobre la situación de las mujeres en Afganistán, lo que sí puedo hacer es defender lo que algunos llaman “el divino femenino” (y que no es un concepto exclusivo de las mujeres) en los ámbitos que me corresponda defender, porque ya debe haber un equilibrio, ya debe existir un yin y un yang en lo público, en lo artístico y en lo íntimo, si este planeta desea seguir girando por unos buenos siglos más en el espacio.
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