lunes, 16 de agosto de 2021

Por qué me importa lo que sucede con las mujeres en Afganistán

 


… Por supuesto que tiene que importarme, desde lo público, desde lo artístico y desde lo personal. La situación de las mujeres (de Afganistán y de cualquier país) me interesa desde lo público, es parte de mi naturaleza el perpetuo análisis de la realidad de las mujeres (y aquí como psicóloga establezco un distanciamiento de mí con respecto a las otras mujeres). A estas alturas de la vida, no sé si sea más fácil o más difícil abrirse paso en la vida siendo hombre o mujer, o más distinto; realmente después de ser confidente como terapeuta de personas de todos los géneros y ambos sexos, fui arañando de mi piel y después quitando la etiqueta de feminista, pues pude ver que muy adentro todos tenemos los mismos miedos y los mismos deseos o aspiraciones, me fui convirtiendo en humanista. No soporto mirar a ningún ser humano ser despojado de la capacidad de desarrollar todo su potencial, y su capacidad de ser feliz, sea del género que sea, y en el caso de Afganistán, si el fundamentalismo religioso retoma el poder, el potencial femenino se aniquila o se reduce a nada, siendo que para una total armonía cultural o espiritual nuestro planeta necesita urgentemente de la convivencia entre la fuerza y el cerebralismo masculino con la sensibilidad y la compasión femenina. En el plano artístico, y ya dejando lo externo y yendo hacia lo introspectivo, siempre trato de mirar el papel de la mujer igualmente de manera distanciada. Por ejemplo ahora que estoy escribiendo dos novelas a la vez (y voy muy lenta) los personajes femeninos no deben estar manchados de mi propia idiosincrasia, deben tener sus propios parámetros y hablar por sí mismos. Sería un error para mí dotarles mis vivencias o mis carencias psicológicas, o mis fortalezas. Crear un personaje de novela es precisamente eso: hacerlo nacer, hacerlo vivir, dejarlo hablar, colocarlo en situaciones. Uno no es el titiritero, sino el testigo, y vuelvo a lo mismo: mirar a esas mujeres que mi mente ha creado expresarse y moverse en esa realidad virtual de la imaginación, y que espero publicar más pronto que tarde, implica a veces conmoverse cuando se topan con paredes o techos de cristal, pero también alegrarse cuando consiguen derribar barreras, que sobre todo son mentales. Veo en ellas lo que quizás ya no miro en mí, las mujeres tienen colonizada la mente con la victimización de ser mujeres, es una especie de mantra o de amuleto que impide ver que las limitaciones se las ponen ellas mismas, no los demás, y quien les impide avanzar, o aprender, o florecer son sus propias barreras mentales. Por último, está el ámbito personal, como he dicho antes, el haber sido terapeuta me ha hecho llorar también tomando la mano de muchos hombres, y a veces las mujeres resultan más machistas que ellos, y esa desmitificación íntima de lo que es masculino o femenino me hizo abrazar o tratar de equilibrar ambos aspectos en mi interior, y descubrir que los límites los pone la mente, y se trata de avanzar en lo que uno desea y quiere, lógicamente con respeto, pero hacia adelante sin que nadie te diga qué está bien o qué está mal, porque nadie camina sobre tus zapatos ni nadie está viviendo tu vida por ti (o al menos que no te importe). Defender la libertad no significa agredir, y si alguna vez alguien lo ha sentido así de mi parte, lo sintió mal. No sé si yo, desde mi pequeño ámbito pueda hacer algo definitorio sobre la situación de las mujeres en Afganistán, lo que sí puedo hacer es defender lo que algunos llaman “el divino femenino” (y que no es un concepto exclusivo de las mujeres) en los ámbitos que me corresponda defender, porque ya debe haber un equilibrio, ya debe existir un yin y un yang en lo público, en lo artístico y en lo íntimo, si este planeta desea seguir girando por unos buenos siglos más en el espacio.


domingo, 15 de agosto de 2021

Ayití (poema para Haití)

 

AYITI

 

"No llores por mí"

se levanta un pensamiento debajo del escombro.

"No llores, no tienes derecho a llorar por mí"

se escurre como sangre de la piedra

me grita en su silencio sordo

y me lo exige.

 

"Yo soy la roca, el pedernal doliente,

no la carne lacerada.

Yo soy el mástil de mi raza,

nada puede vencerme, doblegarme,

¿no lo entiendes?

No merezco tus lágrimas."

 

Mi espíritu se estremece, en la distancia.

No soy ajena, pues te sufro a través de la pantalla

e imagino tu respiración, cada vez más tenue, entrecortada.

Soy la pupila que atestigua tu desgracia.

 

 

Se derrumba Haití, temblor de siglos

gritos pretéritos sin carnaval sin nada

garganta seca del agua de los tiempos

pueblo sin suelo,

raza bendita sin lugar sin calma.

Se pretendió esclavizar tu sueño, tu baile,

tu cuerpo, tu alma,

mitad dios y demonio es tu destino

cuerpo desnudo a la intemperie sin ánima.

Se despedaza, se resquiebra la esperanza.

¿Porqué la tierra, este pedazo que llamas mi patria

ahora se sacude las entrañas?

 

"No llores por mí"

mandato yermo desde la seca muerte se levanta.

 

"Porque no soy el llanto,

soy las olas, la estepa ardiente del África,

el tambor, gemir orgánico,

soy el latir que retumba en la montaña.

Cachorro de león brillando al alba.

La natura misma renovada.

 

No llores,

¿no miras, soy gacela liberada?

eso digo y repito

no merezco tus lágrimas."

 

Afuera, los esfuerzos de rescate

están por claudicar.

Se levanta la noche, y con ello

termina la labor de salvamento.

 

Pero tú ya te escapaste de nosotros.

Brilla en la luna tu sonrisa blanca,

caminas y te encuentras con los otros,

bailas un carnaval de luces albas

en ese Haití donde hay música y canto

-regocijo de encuentro-

almas gloriosas, liberadas,

sin miseria,

sin espanto,

sin espera,

sin lágrimas.