Me
gusta imaginar
que
existe cierta mágica complicidad
entre
los niños indígenas que venden caracoles,
y el
mar jugando a las escondidillas,
a
hacerse pequeñito y refugiarse
muy al
fondo del remolino de concha,
esperando
a ser vendido por unos cuantos pesos.
“Se
oyen las olas”
me dice
la morena niña
tapándose
una risa sin dos dientes.
Y el
océano y yo juntamos las orejas.
Si yo
escucho tormentas, marejadas, me pregunto:
el mar…
¿qué escuchará de mí?
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(Del libro de Poamos y Cuentotros, 2018).
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