Desde los albores del tiempo, se nos ha contado la historia de Eva, aquella primera dama de la humanidad, cuya curiosidad fue tan demonizada como la manzana que mordió. ¿Eva, una transgresora, o la pionera del pensamiento crítico? La historia nos ha enseñado a verla como la culpable de todos nuestros males, pero quizás, en su audacia, Eva fue la primera en cuestionar, la primera en elegir.
Avancemos más en el tiempo, hacia la figura de María Magdalena. En los textos sagrados, su imagen oscila entre la de una pecadora arrepentida y la de una devota seguidora de Cristo. Pero, ¿no es curioso cómo la historia disfruta enlazando la imagen de la mujer con el pecado y la redención? María Magdalena, una mujer de múltiples rostros, relegada a un mero papel secundario en la narrativa de los poderosos.
A lo largo de los siglos, la imagen de la mujer ha sido como un lienzo en constante reinvención. Las druidas celtas, tildadas de brujas herejes y demoníacas, no eran más que mujeres que osaban saber, osaban sentir, osaban buscar el conocimiento. Se nos dijo que eran peligrosas, pero ¿acaso no su único peligro residía en su libertad y su sabiduría?
Avanzando en la historia, llegamos a la era de las revoluciones sociales, donde las mujeres pasaron de ser meras espectadoras a protagonistas en la búsqueda de derechos y libertades. Desde Olympe de Gouges, quien escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de las Ciudadanas en 1791, hasta las sufragistas norteamericanas, quienes a partir del siglo XIX lucharon no solamente por el voto femenino, sino por la dignidad y el reconocimiento de las mujeres como seres humanos capaces de decidir el futuro de su propio país.
El siglo XX trajo consigo olas de cambio, con mujeres que desafiaron el status quo en cada esfera. Desde Rosie la Remachadora, símbolo de la participación laboral de las mujeres en la industria de guerra, hasta las voces del movimiento feminista de los años 60 y 70, que gritaron por la liberación sexual y los derechos reproductivos. Ellas, nuestras antecesoras, no solo soñaron con un mundo diferente; sino que se arremangaron para construirlo para nosotras.
Hoy, en el siglo XXI, la mujer continúa su marcha imparable. La tecnología y las redes sociales han dado voz a quienes antes eran silenciadas. Las mujeres de hoy, de todas las edades, colores, procedencias, biologías y preferencias sexuales, están redefiniendo qué significa ser mujer. Las vemos liderar países, dirigir empresas, inspirar movimientos y, lo más importante, apoyarse mutuamente en una hermandad global.
Sin embargo, no nos engañemos, la batalla todavía no está ganada. La sociedad aún intenta encajonar a la mujer en estereotipos anticuados y roles predeterminados. Pero, ¿saben qué? Las mujeres de hoy, al igual que Eva, tenemos la curiosidad y el coraje para seguir cuestionando, seguir luchando.
¿Qué diría Eva si nos viera ahora? Probablemente sonreiría, con esa certeza de quien sabe que, a pesar de los obstáculos, hemos avanzado y nada nos detiene. Hemos aprendido a cortar y morder nuestras propias manzanas sin pedir permiso a nadie, y a escribir nuestras propias historias. Porque, al final del día, no somos la costilla de nadie, somos el cuerpo entero, inteligente e independiente, quizás eso sea lo mejor de todo: hemos llegado a ser las dueñas totales de nuestros cuerpos y nuestras mentes.
La historia de las mujeres es una historia de resiliencia y fortaleza, una disputa perpetua entre ser definidas por otros o reclamar el derecho a definirnos a nosotras mismas. Cada mujer lleva en sí una mezcla fascinante de Eva y María Magdalena, de bruja y revolucionaria, de trabajadora y líder. Somos un mosaico de todas las que vinieron antes, y una promesa y compromiso para aquellas mujeres que vendrán después.
Y aquí estamos, en este torbellino de tiempos modernos, en este huracán salvaje de adelantos tecnológicos, donde en un mundo abierto de posibilidades, tenemos que volver a cuestionarnos quiénes somos, de cara al futuro. Continuaremos escribiendo nuestra historia. Perdón, debería corregir: continuaremos escribiendo LA HISTORIA, una en donde ya no seremos personajes secundarios, sino las protagonistas, las heroínas, las autoras. Porque, al final, la historia de la mujer ya no debería ser una historia de sometimiento, sino de victoria, una victoria que construiremos de manera activa cada día ya no con palabras, sino con nuestras acciones, con nuestras vidas, con nuestras elecciones, y, sí, con nuestra inquebrantable voluntad de decidir qué somos, y cómo existiremos.
Isis Estrada, 8 de Marzo del 2024.
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