Escena
breve por: Isis Estrada
Madre.
Hija.
(En un cuarto de hospital, una
madre vela por su hija, quien se encuentra en estado de coma. Le canta muy
quedito una canción de cuna mientras le acaricia el cabello. Al terminar la
canción, la madre hace una breve pausa, y luego le habla.)
MADRE.- Se supone que yo no
debería estar cantándote una canción de cuna. Se supone que no deberíamos estar
en este cuarto de hospital. Se supone que no debo llorar, que debo ser fuerte.
Se supone que debo permanecer despierta velando tu sueño. Se supone que debo vigilar
las máquinas que registran tu pulso y tu respiración. Se supone que debo llamar
a la enfermera si surge una emergencia. Se supone que deben traerte un cobertor
extra si hace frío en la madrugada. Se supone que hay un doctor haciendo
guardia cada noche. Se supone que no deberíamos estar aquí. Se supone que las
jóvenes de tu edad, invierten su tiempo en cosas banales, como chatear o ver la
televisión. Se supone que debería ser al revés, yo debería estar dormida, y tú
deberías estar despierta, no sé, en una reunión con amigas, y yo no debería
estar preocupada por tu frecuencia cardiaca, sino porque te fuiste de fiesta y
ya es tarde y aún no contestas mis mensajes. Se supone. Se supone que yo
debería enojarme, no sé, por lo que se enojan todas las madres, porque tienes
un novio que no me gusta, y no porque ya no deseas tomarte tus medicinas. Se
supone que tú deberías estar harta de que yo te regañe por usar una falda muy
corta, o por pasarte mucho tiempo en la computadora, y no harta de tanto
médico, de tantos procedimientos, exámenes y diagnósticos. Se supone que deberías
tener preocupaciones sin importancia. Se supone que el tumor debió haber
desaparecido después de la última radioterapia. Se supone que ya no se puede
operar, porque es riesgoso. Se supone que yo debo asumir la noticia sin
derrumbarme. Se supone que debo estar aquí a tu lado hasta el final. Se supone
que se es madre desde que nacen los hijos hasta que una muere. Se supone que
los padres deberíamos irnos antes que los hijos. Se suponen tantas cosas. Se
suponen tantas cosas.
(La madre se separa del lecho y camina
hacia la ventana. Por unos instantes, observa algo a través de ella, y
finalmente se sienta en una silla apartada de la cama, se acurruca como
intentando dormir, o evadirse, cierra los ojos y se relaja, y así permanecerá
durante el resto de la escena. Cambia la iluminación. Ahora, la hija abre los
ojos, respira profundamente, y suavemente se levanta de la cama. Camina y queda
de pie junto a la madre, quien no la percibe en absoluto.)
HIJA.- “Mucho sufrimiento para
tan pocos años”, recuerdo haber escuchado que le decías a alguien por teléfono,
hace algunos meses. Pero también recuerdo cómo tratabas de evitar hablar de mi
enfermedad con los demás, a excepción de los médicos, claro. Recuerdo cómo
temblaba tu barbilla cuando el Dr. Ramírez explicó que el tumor ya era
inoperable. Recuerdo a mi padre regresando cada noche, cansado de tanto
trabajar para pagar mis tratamientos médicos. Recuerdo cuando murió la abuela,
murió de tristeza al enterarse que yo tenía cáncer. Recuerdo cómo era todo tan
simple antes de que yo enfermara. Recuerdo mi cumpleaños número diez, que me
compraste un disfraz de princesita, y una piñata en forma de estrella, muy
brillante. Recuerdo cuando soñaba con el futuro, con los hijos que iba yo a
tener, y el marido con el que me iba yo a casar. Recuerdo también cuando el
doctor dijo que se había formado otro tumor en mi cerebro. Recuerdo el dolor
después de la última operación. Pero también recuerdo los besos que me dabas en
la frente para aguantar las secuelas de las radioterapias, y cómo me sostenías
para que yo pudiera caminar para ir al baño. Recuerdo tu esperanza
inquebrantable de que algún día, de alguna manera, de alguna forma, el cáncer
dejara de brotar desde algún rincón de mi cerebro. Recuerdo tu amor puro y
firme, más fuerte que el dolor, y más certero que cualquier futuro. (Pausa)
¿Qué define una vida satisfecha? ¿La duración, la dicha, la ausencia de
preocupaciones? ¿Los logros realizados, las hazañas, los vástagos, las
recompensas? ¿Para qué todo esto: la resistencia, la persistencia, la necedad
de vivir, a pesar de lo frágil, de lo injusto o lo fortuito? Mejor dicho: ¿por
qué no morir cada día, siendo los seres humanos tan endebles, para qué
aferrarnos a la vida? ¿Qué nos impide regresar a la muerte, desde el primer
aliento? (Pausa) El amor. Todo pasa, todo se extingue, todo se vuelve un
recuerdo. Pero el amor persiste, continúa en el tiempo, puede más que esta carne
que no dura. Por eso vale la pena vivirse la vida, muchos años o sólo sea un
instante. Por la suprema experiencia del amor. (Se acerca, y deposita un beso
sobre el cabello de su madre, que la madre no percibe.) Gracias por todo, mamá.
(Hay un cambio de iluminación y
la hija voltea hacia la puerta de la habitación. Una luz muy intensa entra
desde el pasillo).
HIJA.- Abuela, te ves tan joven. Sabía
que vendrías a recibirme. (Sonríe y sale. Fin de la escena).
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Esta breve escena la escribí hace algunos años, para una presentación final de alumnos de un taller de actuación que estaba impartiendo mi marido, Carlos Robles, en el Estado de México. La escena está inspirada en un caso clínico, de una paciente que tuve hace otros tantos años, en mi consultorio de Acapulco. Mi paciente era una jovencita de 15 años, con un cáncer muy agresivo que después de cada operación (ya llevaba tres, aproximadamente), terminaba regresando. La niña ya estaba harta de vivir en un ambiente antiséptico, tenso, y depresivo que sólo el cancer puede proporcionar en las familias donde se presenta. ¿Cómo inspirarle motivación a una joven que sabe que quizás su vida no va a ser muy larga? Sin embargo, lo logré. No voy a detallar en un párrafo la totalidad de mi enfoque y el tratamiento, pero logré que esta joven valorara cada minuto de existencia, fueran éstos pocos o muchos, y sobre todo que le permitieran vivir como la adolescente que era, es decir, sin un cerco de sobreprotección, bastante entendible por parte de sus padres, dada la situación de su salud. La joven salió de su depresión e incluso su salud mejoró, y se mostró, al final de la ronda de terapias, con mayor talante para afrontar su cáncer. Han pasado los años, y como tantos pacientes que concluyen su terapia psicológica, dejé de saber de ella. Quisiera creer que sobrevivió al cáncer, pero debo ser realista. Lo que sí, deseo con todo mi corazón pensar que vivió una vida satisfecha, y que le sacó el mayor jugo al tiempo que pasó sobre esta Tierra.
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